Algunas postales del III Encuentro Internacional de Muralismo y Arte Público en Cosquín, Córdoba.
13.4.2013
Una de las artistas participantes cuenta que, durante el proceso, se acercaron un montón de nenes del barrio a pintar: “Está bueno que se sientan identificados y que sientan que son parte del mural, porque así también lo van a cuidar más”.
La hora de la siesta en Cosquín se respeta religiosamente. No hay un comercio abierto ni un alma dando vueltas, salvo por algunos perros callejeros, si es que no están durmiendo. Esta ciudad en un día feriado puede parecer un pueblo fantasma, pero si la recorremos bien, descubriremos que algo está pasando. Ochenta artistas plásticos de todas partes del mundo y de provincias argentinas están pintando los muros de la ciudad. Convocados por el Movimiento Internacional de Muralistas Italo Grassi, se reúnen aquí por tercer año consecutivo, esta vez para retratar “los niños, la guerra y los Derechos Humanos”. El Movimiento es coordinado por el artista marplatense Raúl Orosco y hace más de diez años que organiza encuentros internacionales en los que se proponen distintas temáticas: los pueblos originarios, la hermandad latinoamericana, la paz y la no violencia, entre otros.
La apertura de la jornada contó con una serie de conferencias acerca del rol del muralismo en la sociedad, y con una charla de Magdalena Konopacki, que fue la compañera del pintor Alberto Bruzzone durante sus últimos treinta años. En sintonía con el tema propuesto, se expusieron sus obras sobre Ana Frank, “una criatura de 12 años asesinada a causa de una guerra demencial”, remarcó la invitada.
Primero en empezar a pintar, el maestro Víctor Grillo, de Paraná, Entre Ríos, fue fundador del Grupo Muralista Greda y creó cerca de 90 murales desde la conflictiva década de 1970 hasta hoy. “Mis convicciones políticas me llevaron a tomar el tema social, y no la pasé muy bien”, recuerda. En esta ocasión y por el tema planteado, Víctor dibujó dos ejércitos que se enfrentan y en el medio, dos chicos que se abrazan.“Dos niños que, ante todo ese enfrentamiento, todo el odio, la sangre y la destrucción que generan las guerras, le ponen un abrazo”, explica, aclarando que trató de no relacionar los colores ni el tipo de uniforme a ningún país porque esto es algo universal.
En la plaza San Martín hay doce artistas pintando grandes paneles que serán donados a escuelas y centros comunitarios. Uno de ellos es Martín Rojas Hernández, de Tlaxcala, México, quien fuera director del COMAV (Consejo Mundial de Artistas Visuales). “Estoy pintando sobre las madres solteras que, después de una guerra, son las únicas que protegen a sus hijos, porque en muchas ocasiones el padre muere y las madres se convierten en las heroínas, por este acto injusto del hombre contra el hombre”,señala. El profesor cuenta que anteriormente se ha expresado sobre otras temáticas como la lucha contra el sida y la expropiación del petróleo, y que en una ocasión fue invitado por el Partido Comunista italiano para representar en una serie la violencia, el aborto, el apartheid y la guerra en Palestina.Martín vivió también en Suiza, donde asegura que los murales no constituyen una actividad de carácter social en cuanto al despertar las conciencias, sino que se entienden como obras decorativas. “Yo siempre he considerado que el muralismo debe cumplir una función social, porque es la oportunidad de que a través de las imágenes se cree conciencia entre las nuevas generaciones sobre los valores del pueblo”, sostiene.
A un par de cuadras,en el barrio Los Carolinos, encontramos a Susana Velasco, de Burgos, España. Ya había participado del primer encuentro en Cosquín hace dos años, con un mural dedicado a los Comechingones, donde quedó expresada su visión de los aborígenes de América Latina. Susana cuenta que viajó desde Europa hasta la localidad de Berisso, Buenos Aires, especialmente para hacer un taller de muralismo con tinte social:“El mural allá se entiende de otra manera, lo que se ve en la calle es más bien pintura decorativa. Yo hice un mural a raíz de la crisis y de la caída de la construcción. Un día saqué toda la rabia y lo pinté”. En esta ocasión, quiso reflejar algunas contradicciones propias de la guerra: “una bandada de aves y una bandada de aviones militares, un juego de niños como puede ser volar la cometa y el juego que hacen los mayores, que es bombardear una ciudad”, explica.
Sandra Estarrona y Oier Quesada son una joven pareja del País Vasco. Acaban de pintar un mural sobre la identidad de Euskadi en la Casa Vasca de Valparaíso, Chile. “Es toda una cultura muy antigua, con la lengua que hoy todavía se conserva, y queríamos plasmar un poco de lo que nosotros traemos de allá”, revelan. Ellos también notan que en Latinoamérica el rol del muralismo es más reivindicativo y de reclamo político que en España. Su elección pictórica es una fuerte crítica ala falta de respeto a los derechos humanos: “Estos logotipos siempre son las manos liberando una paloma, entonces lo que hemos hecho aquí es una mano pero atrapando a una loica, un pájaro con muchas leyendas. El ave, símbolo de libertad y paz, junto con el libro porque van de la mano, y el humano como impidiendo que todo eso se lleve a cabo” analizan. El caluroso sol de la tarde coscoína es encandilante en el muro y una vecina gentil sale a ofrecerles una sombrilla para continuar.
A medida que algunos artistas terminan sus obras, se van acercando a acompañar o ayudar a sus colegas a terminar antes de que caiga la lluvia. Arturo Ospina es de Bogotá,Colombia, y dice que su mural fue improvisado. “Son tres niños de pueblos originarios de América en la vegetación: un Kamaku del Amazonas, un Mapuche de la Patagonia y una niña Aymará de Los Andes. Y cada uno con lenguaje de señas da un mensaje: uno dice “Para”, el otro “Piensa”, y el otro “Siente”. Arturo afirma que en su país es fuerte la persecución a la libertad de los ciudadanos,ya que muchas veces le han tapado sus murales.
Quien también dejó su huella en varias paredes en este encuentro es Mariana Scóccola de Quilmes,Buenos Aires. “El mural principal lo encaramos de un modo más positivo, porque cuando uno habla de niños y de guerra, los derechos humanos quedan totalmente anulados y surgen imágenes terribles. Al invadir el espacio público, que los vecinos tienen que ver todos los días, la idea era mostrar algo que invitara a la reflexión,pero que no fuera deprimente”, resalta. El mural muestra una nena que está sembrando una planta sobre un casco militar, un nene desarmando soldaditos y tanques de guerra de juguete, y una nena jugando a la doctora con su muñeca, en alusión al derecho a la salud. En un segundo plano hay una bandera con aviones de guerra que luego se transforman en palomas, que remiten a la libertad, y otra bandera con soldados marchando con rifles que se convierten en las guirnaldas de papel formadas por niños tomados de la mano. “La idea era resignificar el sentido de una guerra desde la mirada de los niños, que viven en su mundo de fantasía y mágico, que sería bueno que no lo pierdan llegando a la adultez”, señala Mariana. Durante el proceso, cuenta que se acercaron un montón de nenes del barrio a pintar: “Está bueno que se sientan identificados y que sientan que son parte del mural, porque así también lo van a cuidar más”.
De esta manera Cosquín, ciudad famosa por su festival anual de música folklore, también está comenzando a ser una gran galería de arte público. Y qué es el folklore, sino la expresión de la cultura propia del pueblo, y sobre todo, para el pueblo.
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Entrevista en Cosquín
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